“Tu fe te ha salvado”
- Father Enrique Terriquez
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Lc 17, 11- 19
Domingo vigésimo octavo del tiempo ordinario

En este Evangelio la Iglesia nos invita a reflexionar sobre un episodio aparentemente común: Jesús sana a unos enfermos, en concreto a unos leprosos. Como sucede en todas las escenas evangélicas, el mensaje perdura hasta nuestros días para orientar nuestras vidas.
Jesús se deja interrumpir y asediar por unos leprosos: Iba a entrar en un pueblo, cuando vinieron a su encuentro diez leprosos…” En estos casos, Jesús, nunca se negaba, ni ponía pretextos. Era “el hombre para los demás”, para los marginados y abandonados.
Es necesario traer a colación el significado que tenía la lepra en el Antiguo Testamento: para la ley, la lepra es una impureza contagiosa, por lo que el leproso es excluido de la comunidad hasta su curación y su “purificación ritual”, que exige un sacrificio por “el pecado” (Lev 13-14). Esta lepra es “la plaga” por excelencia, contagiosa, con la que Dios castiga a los pecadores. Se amenaza con ella a Israel (Dt 27, 28). Los egipcios son víctimas de ella (Ex 9,9 ), así como Miriam (Núm 12, 10-15) y Ozías (2 Cr 26, 19-23). Es, pues, en principio un castigo por el pecado.
Cuando Jesús cura a los leprosos (Mt 8, 1-4; Lc 17, 11-19), triunfa sobre la llaga por excelencia y cura a los hombres de ella, cuyas enfermedades (Mt 8,17). Al purificar a los leprosos y reintegrarlos a la comunidad, cancela con un gesto milagroso la separación entre lo puro y lo impuro: “Tenemos un Sumo Sacerdote que ha entrado en el mismo cielo; este es Jesús, el Hijo de Dios” (Hebreos 4,14). Jesús es el siervo doliente de la visión profética de Isaías, que, aunque inocente, carga con los pecados, que serán sanados por sus llagas (Is 53, 3-12).
Jesús, respetuoso con las instituciones y normas religiosas de su época, dice a los leprosos sanados: “Vayan a presentarse a los sacerdotes …”. Después de hacerlo, solo uno de los diez, samaritano y considerado impío e indigno de Dios, vuelve para dar gracias. Este hecho nos revela la gratuidad del amor de Dios y la fe del samaritano.
Jesús pregunta ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?. “Levántate y vete; tu fe te ha salvado”.
La fe nos hace ver que estamos en manos de Dios, y que todo lo que nos sucede forma parte de un plan de amor. Esta visión contrasta con la actitud mercantilista, en la que no hay lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. Cada cual tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.
Nuestra fe nos dice que, Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha liberado del pecado y nos ha dado la vida nueva por el agua y el Espíritu Santo, nos une a su pueblo para que seamos siempre miembros de Cristo, Sacerdote, Cristo Profeta y Cristo Rey.
Por lo cual decimos: En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Dios Padre Santo, Todopoderoso y eterno.
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