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Fe e Inteligencia Artificial

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(Foto cortesía ACIPRENSA)

                    




Por el Diácono Thomas Middleton


Hace un par de meses, mi yerno, que es doctor en Psicología e investigador y trabaja en una institución médica de Idaho, me habló de la tecnología de la inteligencia artificial (IA). Le apasionan las ventajas de la IA y su capacidad para sintetizar grandes volúmenes de datos de innumerables fuentes de forma instantánea. La utilidad de la IA en la comunidad médica es evidente y los médicos la consideran una herramienta valiosa en la práctica de la medicina.


Empecé a utilizar un par de aplicaciones de IA diferentes, solo para familiarizarme con la tecnología. Es una herramienta increíble y la mayor parte de la información que presenta es fiable, incluidas las respuestas a complejas preguntas teológicas católicas. Por ejemplo, a modo de prueba, le pedí a ChatGPT que escribiera una «homilía católica de cuatrocientas palabras en la tradición agustiniana sobre la relación entre la fe y la razón». En solo unos segundos, me proporcionó una homilía bellamente redactada, completamente católica y agustiniana, que incluía citas del santo y conclusiones sucintas pertinentes a las circunstancias de nuestro tiempo. No tengo ninguna duda de que si hubiera pronunciado la homilía de la IA en misa, ¡habría sido considerada una de mis mejores! Es un ejemplo revelador de la maravilla, pero también del peligro, de esta increíble tecnología.


El problema con mi homilía generada por IA era que Dios no estaba presente. Una homilía no es solo un discurso o una charla. Es un acto sacramental de predicación y debe estar arraigado en una fe vivida. No recé por la homilía generada por IA. No medité sobre la Palabra. No estudié las enseñanzas de la Iglesia ni a los santos. La homilía generada por IA no provenía de un corazón y una mente inspirados por el Espíritu Santo. No se buscó la sabiduría de Dios. El amor por Cristo y su Iglesia no formaba parte de la química homilética. Aparte de la formulación de la pregunta original, era un producto completamente electrónico, es decir, no humano.


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     (Foto cortesía ACIPRENSA)


Como predicador, me enfrento a una decisión ética. ¿Predico la homilía producida por la IA debido a su excelencia, o escribo mi propia homilía, una homilía inspirada por el Espíritu Santo, imperfecta, pero que fluye del amor y la gracia de Dios? El hecho de que la IA sea tan fácilmente accesible y capaz de producir resultados instantáneos hace que la tentación de dejar que ella haga el difícil trabajo espiritual por mí, y por todos los demás predicadores, sea una decisión cotidiana seria. La pregunta que debo hacerme a mí mismo, y que la Iglesia debe hacerse a sí misma, es: «¿En qué nos convertiremos si permitimos que la IA haga nuestro trabajo espiritual por nosotros?». El nivel de la predicación podría aumentar de forma espectacular, pero también podría dañar nuestra comunión con Dios y su Espíritu. Se trata de elegir el bien, elegir a Cristo, hacer lo correcto, por encima de la conveniencia.


El otro día estaba hablando con mi nieta de trece años. En su colegio les proporcionan dispositivos electrónicos, es decir, «tabletas», para que puedan hacer los deberes, incluyendo el uso de la inteligencia artificial y de Internet. El administrador del sistema controla el acceso a Internet y bloquea cualquier sitio o programa que el colegio considere inapropiado, y con razón. El problema es que los alumnos se pasan casi todo el tiempo buscando formas de sortear los bloqueos del administrador del sistema. Al igual que muchos jóvenes, se han vuelto muy hábiles en el manejo de la tecnología. Existe un juego continuo del gato y el ratón en el que la escuela instala bloqueadores y los alumnos encuentran formas de burlarlos.


La batalla electrónica que se libra en la escuela de mi nieta no es única, y muchas otras instituciones, desde el gobierno hasta la industria, dedican una cantidad extraordinaria de tiempo y dinero a intentar adelantarse a los avances tecnológicos. Esto pone de manifiesto una realidad muy importante sobre su naturaleza. La tecnología electrónica es escurridiza, está en constante evolución y no puede ser excluida de nuestras vidas.


No debe ser ignorada. La IA ya es omnipresente y tiene una gran cantidad de usos legítimos. Su crecimiento continuará a un ritmo abrumador. En poco tiempo, la IA formará parte de todo. Ya está integrada en el tejido de la toma de decisiones humanas.

Google Maps, Siri, Alexa, las cámaras de los teléfonos inteligentes y los chatbots son herramientas de IA en las que todos hemos llegado a confiar. Plataformas como Facebook, Tik Tok, Instagram y YouTube utilizan IA para organizar tu feed y recomendarte contenido. Uber y Lyft utilizan la IA para emparejar a los conductores con los pasajeros.


Microsoft Editor utiliza la IA para sugerir mejoras en la redacción. Los coches autónomos de Tesla y otros coches más nuevos utilizan la IA para mantener el carril, frenar, detectar objetos y planificar rutas. Como cualquier otra tecnología humana, puede utilizarse para el bien y/o para el mal. La IA puede servir a la persona humana y a la dignidad humana, o reducirlas o sustituirlas.


Es imperativo que el pensamiento moral católico, la ética católica y el pensamiento crítico católico se introduzcan en el ámbito de la tecnología de la IA a nivel local. La IA es conocimiento. No es sabiduría. El mundo necesita que los católicos, incluido el clero católico, comiencen a formarse en las capacidades de la IA para convertirse en líderes morales y éticos en sus aplicaciones. Por ejemplo, las empresas tecnológicas que desarrollan IA deben considerarse a sí mismas como actores morales responsables de tomar decisiones morales en su aplicación. En 2024, el papa Francisco expresó su profunda preocupación por la incorporación de la IA a la capacidad de hacer la guerra, es decir, a los sistemas de armas autónomos y las plataformas de armas. Hoy en día, ese tren ya ha salido de la estación. Para proteger la bondad humana, los católicos tienen que levantarse y hacerse oír en tiempo real. Si no nos comprometemos como Iglesia, la tecnología de IA nos arrollará.


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     (Foto cortesía ACIPRENSA)

En esta nueva revolución industrial, hay muchas otras áreas que necesitan el liderazgo moral y ético católico en materia de IA a nivel práctico: la sanidad, la justicia penal y la aplicación de la ley, las organizaciones de recursos humanos, las plataformas de redes sociales, las finanzas y la banca, la educación y muchas más. Los seres humanos que utilizan la tecnología de IA deben guiarse por principios basados en la ley natural y la revelación divina. La IA no puede utilizarse para sustituir la conciencia humana. Los seres humanos deben seguir siendo responsables.


Los avances en la tecnología de IA no son motivo de pánico, sino de discernimiento. Como todos los frutos de la invención, la IA es un producto del intelecto humano. El intelecto humano es bueno. Está creado a imagen de Dios, pero tampoco es Dios.


Ningún algoritmo, ningún código, ninguna tecnología puede redimirnos, solo Jesús. La IA nunca puede convertirse en un ídolo. No puede ser algo en lo que confiemos más que en la gracia de Dios, la conciencia o la verdad de Dios. La tecnología puede ayudarnos en nuestra humanidad, pero no puede absolvernos de nuestra responsabilidad moral. No puede amar. No puede rezar. No puede sacrificarse por un ser querido.

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