top of page

“Dios con nosotros”: La fe de María en el Adviento


Mt 1, 18

Cuarto Domingo de Adviento


A todos niveles de la tradición evangélica es María ante todo la “Madre de Jesús”. Diversos textos la designan simplemente con este título (Mc 3,31s; Lc 2,48; Jn 2,1-12; 19,25s). Con él se define toda su función en su obra salvadora.


La persona que mejor ha vivido el Adviento como fiel y ardiente espera de Jesús Salvador, en medio de la oscuridad de la fe y de las ambigüedades y pruebas de la condición humana, ha sido la Virgen María.


ree


El Evangelio de hoy vuelve a ilustrar una vez más la condición humana de su maternidad; Dios quiso venir a la tierra en la humildad de un hogar que pasó por las dificultades y los malentendidos de cualquier familia, superadas por la fidelidad de María a las promesas del Espiritu, y por la lealtad de José a su mujer y a los signos de Dios.


En el cántico del Magnificat: María, transmite una tradición Palestinense que conserva el sentido de su oración, modelo de la fe del pueblo de Dios. Según la forma clásica de un salmo de acción de gracias y sirviéndose de los temas tradicionales del salterio: celebra María un hecho nuevo: El Reino de Dios está presente. (Lc. 1,46-55).


El Evangelio no nos cuenta mucho de María y José, de su espera de Jesús, que venía, ni de su silenciosa colaboración en el proceso de la encarnación y redención. Parecería que la primera Comunidad cristiana no tenía necesidad de multiplicar sus hechos y palabras, ya que la santidad y la importancia de ambos en la vida de la Iglesia eran evidentes para todos; formaban parte de la vida de Cristo y del cristianismo como el aire forma parte de nuestra vida.


Se ha alabado a María y José por sus virtudes ocultas y por haber aceptado de una misión extraordinaria, envueltos en la condición más ordinaria de la vida de un pueblo, con un trabajo normal, y las tareas de la familia, parti- cipando en la vida de un pueblo pobre y oscuro “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 2,46).


Ellos son signo de esperanza para una sociedad que, en última instancia, no puede prescindir de de las tareas humanas ordinarias ni de la rutina diaria. Es ahí, en cualquier sistema social en el que se vive día a día, la fraternidad, la justicia la libertad, como hijos de Dios.


Con el canto del Magnificat, unámonos a María, para dar la bienvenida a Jesús, que nos invita a ser su madre y sus hermanos. (Mt 12-46-50; Mc 13, 31-35; Mc 8, 19-21). “Le pondrás por nombre Jesús”. “Emanuel” (“Dios con nosotros”). Y, llegado el momento, el ángel del Señor anunció: “Vengo a comunicarles una buena nueva que será de mucho gozo … Hoy ha nacido un Salvador…” (Lc 2,10).



Comments


Give us a Coffee

bottom of page