Dios nos ama y nos busca
- Vero Gutierrez

- Oct 20
- 2 min read
Lc 18, 9-14
Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario
Conviene que nos situemos en la primera página del libro del Génesis, que nos habla de la creación, especialmente del último día, para escuchar a Dios, decir: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. También podemos observar cómo visita con la brisa de la tarde a nuestros primeros padres, en el ‘Jardín del Edén”, y cómo, al no encontrarlos, exclamó: “Adán, ¿dónde estás?”. Estaban escondidos en su pecado, despojados de su dignidad original… Y, desde entonces, Dios no cesa de buscarnos.
Esta búsqueda ‘angustiosa’, nos revela la esencia misma de Dios, que es precisamente comunicativa, como lo entenderemos más tarde en la revelación de un Dios trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo, un ministerio en el que Jesús nos invita a participar. Así nació la Historia de Nuestra Salvación. La historia de un Dios con nosotros, del Hijo de Dios encarnado en nuestra historia, que no quiere que perdamos la vida eterna que nos ofrece.
En la vida, olvidamos que Dios nos busca. La vida cristiana no consiste tanto en lo que tenemos que hacer por Dios, sino en dejarnos encontrar, penetrar y convertir por Dios que nos buscó antes de que lo comenzáramos a buscar.
Para que Dios nos convierta y libere, debemos reconocer que lo necesitamos. Necesitamos salvación. Somos pecadores. De Él nos viene todo lo que es la fe, esperanza y amor. Esta es la humildad. Entrar en el radio de acción de la misericordia del Padre por nuestra pobreza de corazón. “El que se humilla será enaltecido”, es decir, quedará perdonado y purificado.
Si el publicano del Evangelio de hoy “bajó a su casa justificado”, fue precisamente por esa actitud. Lo único que podía ofrecer a Dios, era su actitud de miseria y sus pecados, pero creía en su misericordia. Se dejó encontrar y santificar por ella.
Lo malo del fariseo no era que cumpliera con sus obligaciones religiosas. Lo que sucedía con él era que, por eso, se creía “convertido”, justificado, religioso. No consideraba que necesitara que Dios lo sanara ni lo convirtiera. En su autosuficiencia religiosa, se había puesto fuera del alcance de la misericordia de Dios. Por eso volvió a su casa igual que antes, sin haber sido justificado.
Hay una actitud de Jesús, que, sin duda, refleja una convicción y un estilo de actuar que sorprendieron y escandalizaron a sus contemporáneos: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. El dato es histórico: Jesús no se dirigió a los sectores piadosos, sino a los indignos e indeseables.
El peligro es que Dios, por nuestra suficiencia religiosa, Dios no haga mucho más por nosotros. Por esta razón, no olvidemos lo que dijo Jesús: “Solo salió limpio del templo aquel publicano que se golpeaba el pecho di- ciendo: “¡Oh, Dios, ten compasión de este pecador!”.
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