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Adviento: Despertar a la Hora de Dios


Segundo Domingo de Adviento

Mt 3, 1-12


Volvemos al inicio del calendario litúrgico de nuestra vida de fe, para evaluar su progreso a la luz de las expectativas del Reino de Dios: el Adviento, el tiempo de la Hora de Dios, la hora de la salvación. Cristo va a renovar su paso por la historia, manteniendo viva nuestra esperanza en que el Reino de Dios y el cambio de nuestros corazones son posibles.


La Iglesia y los cristianos somos los profetas de la Hora de Dios y estamos llamados a: “Ir por todo el mundo y predicar la Buena Nueva”, llamados a reactivar una esperanza tantas veces frustrada por nuestros fracasos. Debemos anunciar el cambio y la conversión para que la esperanza se transforme en un amor eficaz, que nos desprenda de nosotros mismos y nos entregue a la fraternidad de hijos de Dios.


Juan el Bautista es el signo de la Iglesia profética. “El Reino de Dios está cerca”. Sus promesas son ciertas, nuestra esperanza no es vana. “Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras…”. Según el testimonio de Jesús, Juan es más que un profeta (Lc 7,26) Juan inaugura el Evangelio (Hechos 1,22; Mc 1,1-4); antes de él había la ley y los profetas. El testimonio de Juan consiste en proclamarse mero precursor (Lc 2,15). No es digno de desatar las correas de las sandalias de Aquel a quien precede (Jn 1, 19-20; Lc 3, 16 y ss). Proclama a Jesús como: “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).


El lenguaje de Juan es fuerte, profético: “conviértanse”. Porque de otra manera el Cristo liberador se convierte en Cristo juez. “¿Quién les ha enseñado a escapar de la ira venidera? … Den el fruto de la conversión y no se hagan ilusiones… el árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego…”.


Entonces, ¿por qué acudía tanta gente a él? ¿Por qué sentían atracción por un profeta que cuestionaba sus costumbres y su estilo de vida? En Juan brillaba la conversión que pedía; en sus hechos se expresaba la cercanía de la Hora de Dios. Era imposible vivir así, actuar así, a no ser que la esperanza que anunciaba fuera cierta.


“Juan llevaba un vestido de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. El detalle de austeridad no es lo importante, sino que debemos traducirlo en actitudes para nuestra época. El Evangelio consignó estos hechos como un símbolo de la fuerza de su fe, de su libertad, de su espíritu, de su pobreza radical y de su renuncia a sí mismo, y el pueblo lo seguía (Mt,11); ‘¿Han salido a ver un profeta?’ Sí, les digo, y más que un profeta”.


Si, como dice Jesús, “entre los nacidos de mujer, nadie fue más grande que Juan Bautista”, (Lc 7, 24), y añade que: “el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él” (Lc 7, 23), debemos deducir la calidad de nuestra responsabilidad como profetas del Reino: ungidos “miembros de Cristo Sacerdote, Cristo Profeta y Cristo Rey”. (Liturgia del Bautismo)


El tiempo de Adviento nos interpela acerca de nuestra participación en la vida del Reino. Nuestro testimonio será el termómetro infalible de nuestra fe.

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